Solemos enseñar a los niños y niñas que deben obedecer a las personas adultas, ya que los adultos siempre tienen la razón y saben lo que está bien; sin embargo, no todos los adultos merecen la confianza y el respeto de los más pequeños y casi nunca los alertamos a defenderse de ellos, menos aún cuando ese adulto es una persona cercana.
En el mundo, millones de niños y niñas son maltratados y/o abusados por quienes son responsables de cuidarles y protegerles. Un ejemplo de ello es la utilización del castigo físico como un modo correctivo de la conducta que, hoy en día, en muchas familias se sigue empleando. Las agresiones en el seno familiar, por sí mismas, atentan contra la concepción socialmente compartida de la familia como un espacio de comprensión y apoyo mutuo; situación que provoca fuertes restricciones emocionales y cognitivas en la comunidad a la hora de identificar, señalar o modificar estas situaciones.
Lamentablemente, el mensaje que recibe el niño o niña víctima del maltrato y/o del abuso es que la agresión y la violencia son comportamientos aceptables y que las conductas abusivas y de sometimiento son un modo para hacerse valer en la sociedad. Por tanto, el abuso sexual infantil y los malos tratos son un problema de la comunidad, son un problema colectivo.
El maltrato infantil se define como acción, omisión o trato negligente, no accidental, que priva al niño o niña de sus derechos y su bienestar, que amenaza y/o interfiere su ordenado desarrollo físico, psíquico o social, y cuyos autores pueden ser personas, instituciones o la propia sociedad.
Dentro del concepto “maltrato infantil” se establecen distintas categorías en función de diferentes variables:
Hay que destacar que los distintos tipos de maltrato que aquí nombramos suelen aparecer combinados unos con otros, es decir, no suelen aparecer aislados, excepto en el caso de la negligencia.
Dentro de la concepción de abuso sexual infantil (ver definición en tipos de maltrato infantil), destacamos las siguientes categorías:
Es fundamental no concebir el abuso sexual como una cuestión únicamente concerniente a la sexualidad del individuo, sino también como un abuso de poder, muchas veces debido a la asimetría de edad entre abusador y víctima. El “poder” no siempre asoma por la diferencia de edad, sino también por otros factores. Una persona tiene poder sobre otra cuando le obliga a realizar algo que ésta no desea, sea cual sea el medio que utilice para ello: la amenaza, la fuerza física, el chantaje, la manipulación. La persona con poder está en una situación de superioridad sobre la víctima que le impide su libertad.
En el caso del abuso sexual entre iguales es una realidad a la que no debemos cerrar los ojos. En este caso, la coerción se produce por la existencia de amenazas o porque hay seducción, pero la diferencia de edad puede ser mínima o inexistente. Aún así, se consideraría abuso sexual.
Comportamientos sexuales con contacto directo:
Comportamientos sexuales sin contacto directo:
¿Qué consecuencias puede tener el abuso sexual infantil?
Las consecuencias del abuso sexual infantil son muy variadas y pueden afectar a las diferentes esferas de la vida de la persona que lo sufre. Los niños y niñas que han sufrido abuso – según destaca el informe del Estado Mundial de la Infancia 2007– suelen sufrir daños físicos y psicológicos a corto y largo plazo, que afectan su capacidad de aprender y de relacionarse socialmente. Junto a los graves problemas en el ajuste sexual, destacan también trastornos disociativos de la personalidad que originan problemas sociales.
Es importante tener en cuenta que la gravedad de las secuelas depende de diferentes variables: la frecuencia y duración del abuso, el empleo de fuerza y amenazas, la intensidad del abuso, la relación entre la víctima y el agresor, la reacción de los familiares ante esta situación y las estrategias de afrontamiento del menor.
Respecto a la edad, los niños muy pequeños (etapa preescolar) debido a que cuentan con un repertorio limitado de recursos psicológicos, pueden mostrar estrategias de negación y disociación. En los niños un poco mayores (etapa escolar) son más frecuentes los sentimientos de culpa y vergüenza. En la adolescencia el abuso presenta una especial gravedad, ya que el adolescente toma conciencia real del abuso y son frecuentes conductas como huir de casa, abuso de alcohol y drogas, incluso el intento de suicidio y conductas delictivas. En función del género de las víctimas de abusos sexuales, la niñas tienden a presentar reacciones ansioso-depresivas y los niños fracaso escolar, dificultades de socialización y comportamientos sexuales agresivos (Sanmartín, 1999).
Los diferentes estudios realizados que han examinado las consecuencias a largo plazo del abuso sexual infantil (a pesar de que se señalan numerosas dificultades psicológicas, conductuales y sociales en la edad adulta, que varían desde la depresión y baja autoestima hasta el abuso de substancias y los trastornos de personalidad) no tenemos evidencia de la existencia de un grupo consistente de síntomas que se puedan considerar como un “síndrome post abuso”, y ciertamente no todas las víctimas de abuso infantil muestran un daño significativo posterior (Rind, Tromovich y Bauserman, 1998).
¿Con qué frecuencia ocurren los abusos sexuales a menores?
Hoy sabemos que el abuso sexual infantil es uno de los maltratos más difíciles de detectar y uno de los problemas más graves y silenciados de nuestro tiempo. Según estudios realizados, en España, 1 de cada 4 niñas y 1 de cada 6 niños podría ser víctima de abuso sexual antes de cumplir los 18 años. Reconocemos que en México el número podría ser aún mayor y alarmante; sin embargo, no contamos con estudios confiables sobreexactamente cuántos niños y niñas sufren de abuso sexual infantil.
Cabe recalcar que sólo 1 de cada 10 menores víctimas de abuso sexual infantil lo revela en el momento que ocurre y, en muchas ocasiones, aunque la familia conoce el hecho, no siempre sale a la luz. Esto nos muestra la gran dificultad a la hora de detectar las situaciones de abuso. De ahí la urgente necesidad de concienciar y sensibilizar a la población adulta y de dotar a los más pequeños de las herramientas y habilidades para defenderse de estos abusos, a través de programas de prevención como es esta guía didáctica basada en el cuento de Isabel Olid, “¡Estela, grita muy fuerte!”.
¿Quién puede ser víctima de abuso sexual infantil?
Cualquier niño o niña de cualquier edad y de cualquier clase social puede ser víctima de abuso sexual. No obstante, los niños y niñas con discapacidad son más vulnerables a sufrir cualquier tipo de abuso debido a sus circunstancias de mayor dependencia de otros adultos.
Según varios estudios, la franja de edad de los 8 a los 12 años, se ha considerado la de más riesgo y es en la que se producen la mayor parte de abusos sexuales.
¿Quién puede ser el agresor o agresora?
No existe un perfil que defina cómo es un abusador sexual. Lo que sabemos es que la mayoría de los abusadores sexuales son personas cercanas al menor y hombres de mediana edad, pero no debemos olvidar que se estima que un 13 ó 14 % son mujeres.
Según diferentes estudios se ha encontrado que entre el 20% de los agresores son otros menores, de hecho se ha visto que el 50% de los abusadores adultos cometieron su primer abuso antes de la mayoría de edad.
Es importante tener en cuenta, que el abusador sexual suele ser una persona que está integrada en la sociedad y es consciente del delito que está cometiendo o que ha cometido.
¿Cuáles son los indicadores del abuso sexual en un menor?
Detectar a un menor que ha sido o está siendo víctima de abuso es el primer gran paso y, hay que decir, que los abusos sexuales no son en general, fáciles de detectar. La sospecha o la detección se hace a menudo sobre la base de las características de comportamiento del niño, ya que, los indicadores físicos, se encuentran sólo en un 25% de los casos. (Pere Font, Curso Especialista Universitario de Abuso Sexual Infantil, 2009).
Cabe señalar que la mayoría de los indicadores presentados no son exclusivos de abuso sexual, ya que pueden deberse a otras circunstancias de la vida del menor. No deben considerarse de manera aislada, pero la aparición conjunta de varios indicadores y su aparición de forma repentina nos debe poner en alerta. (Pere Font, Curso Especialista Universitario de Abuso Sexual Infantil, 2009).
La prevención de los abusos sexuales y de los malos tratos es responsabilidad de la comunidad en su conjunto. Los profesionales de la salud, el trabajo social, de la seguridad y muy especialmente de la educación pueden desarrollar estrategias preventivas. Aunque padres y madres, como principales educadores de sus hijos, deben ser también los protagonistas en lo que a prevención se refiere.
Los programas preventivos de los abusos sexuales deben dirigirse a los niños y niñas, a los padres y madres y a todos los profesionales que tratan con niños, ya sea en el ámbito educativo, de la salud, etc.
Los programas dirigidos a niños y niñas tienen como objetivo dotarles de las herramientas y habilidades necesarias para evitar situaciones de maltrato infantil o abusos sexuales y que sean capaces de comunicarlo o de pedir ayuda y en casos de abusos que no se han podido evitar, que sean capaces de comunicarlo. Básicamente se pretende (Johnson, 1994):
Es importante señalar que en estos programas preventivos se ha de tener en cuenta que los niños y niñas, especialmente los adolescentes varones, también pueden ser agresores.
Como padres y madres es importante la creación de un ambiente en donde la comunicación y el respeto de los miembros de la familia sea la base. Será necesario afrontar la sexualidad con naturalidad, sin pudor, sin miedo, sin fingir y sin prisas; hablando de ella entre padres e hijos. La buena comunicación entre un padre y un hijo puede disminuir la vulnerabilidad del menor frente al abuso sexual y aumentar la posibilidad de que el menor tenga confianza para contarlo en caso de que esto ocurra. Debemos hablar sobre su propio cuerpo, sobre qué es el abuso y, cuando sea apropiado, de acuerdo a su edad, hablar de sexo con naturalidad. Es importante dar ejemplo con el cuidado de su cuerpo y enseñar a los niños cómo cuidar el suyo, fomentando la autoestima y el respeto hacia uno mismo y hacia los demás.
Para llevar a cabo la tarea de prevención, es aconsejable que madres y padres sean orientados por profesionales preparados que les ayuden a potenciar habilidades de protección y cuidado de sus hijos.